LA CONSTRUCCIÓN DEL PAÍS
En la segunda mitad del siglo XIX se advierten ciertos cambios en las sociedades hispanoamericanas que permiten distinguir una nueva etapa en su evolución histórica. En la primera mitad del siglo, los hispanoamericanos se enfrentaron al legado colonial español, lo estudiaron, lo combatieron, lo repudiaron y acabaron por reconocerlo en muchas de sus manifestaciones. A mediados de siglo, la vigencia de la vida colonial iba desapareciendo, pudiendo entonces los patriotas organizar, con menos bases, la sociedad, abordando problemas concretos.
Las guerras de Independencia frenaron el progreso material colonial, debido sobre todo a la falta de liquidez y a la necesidad de dedicar los mayores esfuerzos a la reconstrucción económica de los países. Para desarrollar los nuevos programas de gobierno que tenían los hispanoamericanos hacían falta grandes cantidades de dinero.
A raíz de la Independencia los territorios se encontraron con importantes carencias; sin embargo, y paralelamente, el miedo a una total dependencia de otros gobiernos extranjeros, a los que podrían haber recurrido, ralentizó sobremanera el proceso de renovación de todos sus territorios. Las condiciones en que podía llevarse a cabo el progreso material alarmaban a los hispanoamericanos, pues temían que la riqueza material cayera, como hemos dicho, en poder de intereses extranjeros. Apenas estaban tratando de arrancarla de manos españolas, que aún conservaban a nivel individual y estatal importantes intereses en estos territorios, y ya era necesario protegerla de la codicia de otros extranjeros. Por ello, sólo se dedicaron a adquirir algunos bienes de consumo exportados por estos países, lo que a la larga fue totalmente perjudicial para sus industrias y manufacturas y, por ende, para sus economías.
Esto motivó que durante varias décadas después de su constitución como estados soberanos, el aspecto de las ciudades hispanoamericanas no hubiera cambiado y hubo que empezar de nuevo, lentamente y en condiciones adversas. Las residencias construidas en los últimos años de la dominación española sirvieron a las repúblicas para alojar las oficinas de gobierno, ya que la pobreza de éstas no permitía considerar la construcción de nuevos edificios. A mediados de siglo, sin embargo, empieza la transformación que habría de ser notable en la segunda mitad del XIX.
En parte, esta acometida de obras públicas vino provocada por la constatación de la insalubridad de las ciudades que provocó algunas grandes epidemias de fiebre amarilla, como la de 1842-1843 en Guayaquil, que obligaron a las autoridades a procurar el saneamiento de las ciudades y la construcción de hospitales modernos.
Asimismo se crean, en las administraciones republicanas, las oficinas de obras públicas, a cuyo cargo quedó el planeamiento de la construcción de vías férreas y telegráficas. La geografía americana, mucho más abrupta que la europea, presentó serios problemas técnicos que los ingenieros constructores tuvieron que ir venciendo poco a poco, no siempre partiendo del deseo de beneficiar al país. Ejemplo de estas actividades en territorio ecuatoriano, que se sumó muy tardíamente al proceso de renovación, es el alumbrado de gas que se introdujo en Guayaquil en 1856.
Por su parte, en el plano social se va produciendo poco a poco la renovación de las estructuras postuladas por los ideales independentistas. Los criollos ascienden hasta los puestos más altos del escalafón social, basado exclusivamente en el poderío económico; los mestizos y pardos, divididos por las grandes diferencias económico sociales entre los comerciantes y pequeños propietarios y los asalariados y otros grupos menos favorecidos, se fundieron en una variada gama de posibilidades sociales; y los indios, a los que se intentó desposeer de su identidad cultural para incorporarlos a la nueva sociedad como grupos desclasados, en un modelo productivo en manos de la oligarquía criolla.
El proceso de integración de la población negra será el más comprometido dentro del fenómeno de reconversión social. La importancia económica que tenía la mano de obra tanto esclava como india provocó que la liberación de estos grupos se produjese mucho más tarde de lo que cabría esperar, con no pocos problemas y enfrentamientos.
En el programa político del presidente José M.ª Urbina (1851-1856) estaba la manumisión de los esclavos y la derogación del tributo de los indios. La Asamblea Constituyente, convocada por Urbina en 1852, aprobó el decreto concerniente a la abolición de la esclavitud, destinando el Gobierno 400.000 pesos a la liberación de los esclavos. Urbina organizó su guardia personal con ellos y Juan Montalvo, notable pensador ecuatoriano los llamó «tauras», guardia de negros facinerosos.
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